Los espejos son mágicos, siempre
están presentes en las historias, cuentos y relatos de todas las tradiciones. A
veces reflejan una realidad, otras la distorsionan, se convierten en puentes a
mundos increíbles o en puertas a lugares tenebrosos, pero siempre cumplen una
función: devolver aquello que no somos capaces de ver , y mucho menos reconocer,
de nuestra auténtica y verdadera Realidad.
Mirarse de verdad, con total
sinceridad, en un espejo, supone desnudarse de toda idea preconcebida,
abandonar cualquier expectativa previa, dejar de suministrar el alimento a la
desconfianza, la esperanza, la queja, la exigencia, la estima o la ilusión,
siempre que lo que se quiera, por supuesto, sea encontrarse cara a cara con la
Verdad.
Y, sin embargo, nos miramos con
toda esa carga previa, con todo ese bagaje que busca ver la respuesta que ya se
tiene prevista en la pregunta aún no formulada.
El espejo devuelve la imagen de
quien a él se enfrenta, siempre polarizada por la luz, creada gracias a ella,
pues quien se refleja, el reflejo y el soporte de éste, sólo existen gracias a
esa chispa absolutamente divina que obra el milagro.
Contemplar el reflejo supone
atravesar el puente de un extremo al otro, pasando de ser quien se releja al
ser reflejado, una vaivén sin fin entre alegría y tristeza, altura y bajura,
belleza y fealdad, forma y deformidad, confianza y desconfianza, es decir, una
alternancia constante entre dos polos que, como atracción de feria, van
subiendo y bajando en nuestra valoración personal, según esa imagen que contemplamos
responda y se ajuste a las expectativas forjadas anteriormente, las cuales,
debes saberlo, siempre son reflejos a su vez de las carencias que acarreamos
con nosotros, de los daños y malestares que jamás debieron ocurrir, de las
ilusiones frustradas, de los recuerdos que sólo viven aún a lomos del caballo
del dolor y el sufrimiento.
Pero todas esas alternancias, todos
esos conceptos sólo viven en ese reflejo, en lo que cada filtro particular ve
en él, y, por ello, cada persona que vea la misma imagen la encontrará
distinta, diferente, variada, cambiada, ajustada en definitiva a sus propias expectativas,
a sus propios daños y sufrires.
Comprende esto bien:
¡¡Sólo es un misero reflejo¡¡
¡¡No tiene entidad propia, ni
vida, salvo la estéril que tu le concedes con cada mirada cargada de miedo y
dolor!!
A tu reflejo ¿le otorgas vida
cuando lo miras en el espejo?
Entonces ¿por qué se la das al que
camina por la vida como si fuese real cuando se trata, a su vez, de otro
reflejo que, como muñecas rusas, se engarzan en un collar sin principio ni fin,
en un hilo infinito y eterno?
Cuando esto se comprende, ya nada
vuelve a ser igual, aunque todo siga siendo lo mismo: el reflejo se ve como lo que
es, las expectativas, los dolores, las confianzas y desconfianzas, todo se
acomoda a la visión de una imagen que sólo posee dos dimensiones, dos extremos
entre los que moverse.
Y entonces se abre el universo de
par en par, aunque sea sólo por un segundo, un instante dorado, preciso y precioso,
de pura comprensión, sin nadie que comprenda ni nada que comprender, donde todo
está claro porque no puede estar de otro modo, un vacío pleno, un cielo y una
tierra unidos en un matrimonio perfecto, donde espejo, reflejo y quien se
refleja desaparecen para dejar solamente el Amor, la Verdad, lo Uno sin Dos, da
igual el término que se elija, la pirámide sin sombra porque ni siquiera necesita
luz…
A partir de ahí, se podrá seguir
viendo el reflejo, continuar mirándose en ese espejo compartido por todas las
entidades que gustan de contemplarse así, pero ya no tendrá la fuerza ni el
poder que le habíamos otorgado con la esperanza de que nos solucionase, desde
ese mundo que se asoma a través del cristal, todos nuestros problemas, que nos
hiciese deshacernos de toda esa pesada carga.
Sólo hay una forma de hacerlo sin
hacerlo: contemplarse en la absoluta desnudez del bebé recién concebido, aún no
nacido, que flota en el mar de la vida como lo hace en el líquido amniótico que
le sostiene y arropa en su universo particular, fiel reflejo, a su vez, del universo
general.
Sólo se que soy un pobre reflejo
de la Realidad.
Sólo se que mi espejo ya no
refleja lo que quiero, sino la propia Vida surgiendo por sí misma de sus
tinieblas interiores.
Sólo sé que nada hay que saber.
Es el mejor reflejo a contemplar.