La inquilina habita el ático del cuerpo,
en el lugar más alto, que es donde prefiere estar, dominándolo todo, oteando el
horizonte de tus experiencias y decisiones, no vaya a ser que su reinado se vea
perturbado por alguna interferencia que cuestione su mandato.
Sí, la inquilina siempre quiere
controlarlo todo, poseerlo todo, modificarlo todo a su imagen y semejanza,
distorsionarlo todo en su afán por sobrevivir manteniendo el control que cree
tener y en el convencimiento de que siempre podrá hacerlo mejor.
Y aun así, tiene miedo, gusta de ese miedo
y, sobre todo, de proyectarlo sobre ti, de inculcártelo, en especial cuando se
siente amenazada. Y el mayor miedo de todos que posee, es el de perder su
reinado, su control, su mandato sobre ti y, por extensión, sobre la realidad
que te rodea. Y la mayor amenaza que puede experimentar es aquella que intente
descubrirla, despojarla de los velos que la recubren para mostrar así su
inexistencia y falsedad, es decir, desnudarla de todo ropaje del que se hubiese
revestido para, de esa forma, facilitar la verdadera comprensión de la auténtica
realidad que siempre quiso ocultar.
Su arsenal es formidable, pues te conoce
perfectamente, ya que te hizo creer que ella era la dueña y tu el inquilino, es
decir, ella te formó a su imagen y semejanza, haciendo que se olvidase la verdadera
Imagen que no posee semejanza alguna. ): intentará por todos sus medios
apartarte de esa idea "absurda" y para ello, te colocará tantas y
variadas trampas como considere necesarias. Ella sabe además muy bien qué tipo
de trampas debe arrojarte en el camino pues te conoce, es decir, conoce a la
perfección ese compuesto que desde casi los tres añitos te convenció que eras.
Y en ese empeño por mantenerse en el trono
llegará hasta donde haga falta: primero comenzará con cuestionamientos sobre los
demás, sobre todo esos “demás” que parecen romper el diálogo común socialmente
aceptado, los que comienzan a vislumbrar un poco de luz más allá de los
nubarrones que desde el ático físico intentan ocultar el brillo del puro Sol.
Así, te hará dudar de aquellos que aún ahogándose mantienen la antorcha de la
pura luz en alto y halagar y acercarte a los que sólo buscan tu perdición, bien
sea mediante al adulación sutil, bien mediante el apoyo “incondicional” pero condicionado
a que no te desvíes de sus pretensiones, que son las de la propia inquilina.
Después, si todo eso falla, que no suele
hacerlo, reforzará su ataque que se volverá feroz, pues prefiere incluso hacerte
desaparecer en nombre y forma, conducirte hasta tu extinción física, con tal de
que no sea destruido su reinado, aunque ello suponga también su propia
desaparición.
Pero no te dejes engañar: de morir algo
sería ella y no tú y ese es su miedo, que mueras una primera muerte que evite
la segunda e inevitable que todo cuerpo está destinado a encontrar. Porque
morir en vida al personaje que se cree ser, abre las puertas de la eternidad
que siempre ha estado presente tras ellas, esperando tu regreso al verdadero
Hogar, del cual, en realidad, jamás saliste.
Observa, reconoce, investiga esos pensamientos que en
realidad son delirios que conoces perfectamente.
Cuestiona, comprueba si son verdad o sólo mendigos
disfrazados de reyes del orgullo personal.
Contempla todo el territorio como lo que es: la tierra
prometida y no el páramo yermo donde la vida es dirigida por la inquilina
reinante.
Siéntate en silencio, aunque haya ruido, y te alejarás del
páramo para rehabitar el Paraíso.