Voy conduciendo por una carretera sin barreras laterales, en una alta
montaña. Cada curva es un peligro, pero conozco bien cada tramo de esa
ruta pues la he realizado mil veces en este desvencijado autobús.
De
repente, veo una curva que gira hacia la izquierda y en cuya curvatura
central se contempla el admirable a la vez que aterrador paisaje y algo
me hace sentir que voy demasiado rápido y no podré coger bien la misma.
El
autobús se acerca más y más rápido a la curva y por mas que freno no
responde como debiera. Ya veo el abismo bajo las ruedas y el salto se
produce en una caída interminable.
El miedo aparece durante una
fracción de segundo, pero de repente una comprensión extraña, ajena a
este yo que siempre pensé ser, emerge con una fuerza incontestable.
Es mi última oportunidad.
Ahora o nunca.
Y mientras noto el vértigo de la caída grito con todas mis fuerzas…
¡¡YO SOY BRAMAHN!!
Despierto
sin sobresaltos en mi cama, sin temblores ni miedos y la comprensión
sigue ahí, intacta, fuerte, permanente. No ha sido un sueño, lo sé,
quizás se tratase de un recuerdo de las vidas que conviven en un eterno
presente y que somos capaces en ciertos momentos de vislumbrar o
recordar.
Pero grabado a fuego en mi Ser ha quedado la comprensión de que lo único importante en esta vida, la única tarea que jamás debe olvidarse es que debemos llegar al momento de la muerte del cuerpo con el convencimiento total y absoluto de que no somos este cuerpo, ni esta mente, con la visión plena de la irrealidad, de la ilusión, de esta Maya que nos mantiene atrapados en su película.
Y esa Convicción debe
estar libre de toda duda, sin fisura alguna ni resquicios por donde Maya
intentará entrar hasta la última fracción de segundo.
La muerte ya
la tienes segura, así que no se pierde nada por intentar comprobar esta
ilusión, esta falacia llena de sufrimientos y penas, de alguna que otra
alegría, todas ellas espejismos feroces que, como espejos mágicos,
atrapan nuestro reflejo en su interior.
Puedes creer o no lo que has leído en este libro, lo comprendo.
Quizás le hayas prestado cierta atención y hayas sentido un resonar que en cierto momento te mantuvo en plena abstracción de ese mundo que te rodea.
O, por último, pero no definitivamente, algo se haya despertado en ti, sin saber definirlo, sin conceptos que lo aten, sin necesidad de tener que expresarlo.
Te parecerá que pierdes esa
sensación y surgirán miríadas de pensamientos que tratarán de
convencerte de que efectivamente así ha sido. No les prestes más
atención que la que darías a una nube desplazándose sobre el cielo
inmensamente azul. Es imposible perderlo porque, aunque crees haber
dedicado una eternidad en su búsqueda, en realidad jamás estuvo perdida,
ni tu tampoco.
¡Felicidades!
La Puerta se ha abierto y ya jamás volverá a cerrarse.
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