P: A veces me siento identificado con el mito del vampiro, veo cómo cuanto mas inocente y honestamente me comporto, más parecen los demás chuparme la sangre de mi vida. Es como si la idea quizás romántica de ser buena persona y, como dice Jesús, volver a ser un niño inocente y sin malicia, favoreciese convertirme en víctima propiciatoria para los que me rodean.
R: Lo primero es decirte que nadie puede volver a ser un niño ni tampoco dejar de serlo. La manifestación simplemente ocurre y, dentro de ella, en su sueño que todos compartimos, pareciera ser que nacemos, crecemos, evolucionamos, o no, y morimos, pero, en realidad, todos esos cambios, todas esas etapas, son sólo un producto de la imaginación y, por ende, de la mente, que se basa siempre en los recuerdos de supuestas experiencias acontencidas al personaje que es interpretado. De hecho, si repasas con honestidad esas aparentes experiencias, comprobarás que casi siempre han resultado equivocadas, tanto más cuanto más prestabas atención a los pensamientos que, en cada situación, surgían como depredadores en busca de su víctima: tu. Haz la prueba y lo verás.
Respecto al vampiro, es un buen ejemplo, pero no como el papel de víctima propiciatoria de nada ni de nadie, sin o más bien, en lo que se refiere a su simbolismo. Verás: el vampiro busca la inmortalidad, y, para ello, debe sustentar su cuerpo alimentándolo de sangre de otros cuerpos que son los que, en apariencia, le conceden tal don. Pero con ello sólo consigue una prolongación de la vida corporal del cuerpo, destinado a volver a ser el polvo del que surgió. Es decir, la extensión de la duración de esa vida corporal y mental, es solo una ilusión de inmortalidad, pero no es la misma¡¡
Fíjate en una cosa, el vampiro se mira en el espejo ¡pero no ve el cuerpo!. No refleja imagen alguna indicándole, indicándote, indicándonos, que lo que mira no es el cuerpo, lo que ve no es esa mente perturbada y perturbadora, siempre cambiante, lo que percibe no es la idea de perennidad de un cuerpo asociado al personaje con identidad que cree ser. Ese es el gran error: lo inmortal, lo no cambiante, lo sin dos, jamás puede verse, percibirse, aprenderse o contemplarse. Sólo puede SER.
Nadie hace nada, todo acontece, sucede y sólo el ansia de sangre nos hace creer que es de otra manera. Esa sangre que el vampiro ansía es la necesidad de mantenerse en un trono de papel por parte de la mente, que siempre te hará sentirte identificado con ella y con el cuerpo que en cierto momento emergió en la manifestación. La necesidad de mirarse, contemplarse, cubrirse el rostro con maquillajes tanto físicos como emocionales, es sólo el pobre intento de seguir manteniendo una vida corporal que en ningún caso podrá ser inmortal.
Contempla los pensamientos según van emergiendo. Sustráete a ellos y observa cómo nacen y mueren, cómo aparecen y se disuelven, cómo tu cuerpo parece reaccionar a ellos independientemente de su realidad, de su veracidad. Luego, contempla a quien lo contempla, como si de muñecas rusas se tratase que, imbricadas en un cuadro que se pinta a sí mismo una y otra vez, se difuminasen en una eternidad que siempre será sobre el lienzo de la Vida.Es fácil salir del laberinto cuando se conoce el hilo de la realidad que hace perder la ilusión fantasmagórica de una existencia siempre condicionada y condicionante.
Tan sólo se necesita, aunque nadie haya que lo necesite, de contemplar el mecanismo que durante casi toda tu vida ha estado en pleno funcionamiento y te ha hecho creer lo que crees ser.
Los pensamientos, por muy razonables y veraces que parezcan ser, son los barrotes de tu jaula.
La libertad está a menos de un milímetro de ti.
La Libertad ya Es en Ti.