La mezquindad de este yo pequeño que hizo la revolución a base de distracciones e insistentes ideas de falsa grandeza, es tan enorme, tan gigantesca que, disfrazándose de un pequeño granito aparentemente inofensivo, nos socava a base de creencias e ideas de superioridades respecto a los demás.
Cree ocultarse a la mirada escrutadora del Yo auténtico, ese que, más allá de diferencias de raza, sexo, religión o marca de ropa, sabe que somos lo mismo, que solamente hay una única Presencia constante, preexistente, que estuvo antes, que está ahora, que estará siempre, porque existe y ES más allá del tiempo, indefinidamente unida y sin posible separación, pues no es ya solamente Uno sino que es Aquello que es No Dos.