El cielo cubre tu cabeza, tu cuerpo, como el abrazo seguro y cálido de una madre. Cada vez que levantas la vista, ahí se encuentra, invariable, eternamente presente, indiferente a las nubes que puedan intentar taparlo, sin queja alguna de las tormentas que, bajo su vista azulada, se desarrollan ferozmente.
El Cielo es siempre el mismo, aquí y allí. En cualquier parte del mundo que habites, siempre le encontrarás dispuesto a ofrecerte su manto sin pedirte nada a cambio.
El Cielo no se queja, no cuestiona ni crítica, porque sabe que solo hay Eso: puro Cielo sin más y que todo lo que aparentemente parece cobrar vida bajo su atenta mirada es algo pasajero, cambiante, mudable, y, por tanto, destinado a desaparecer, porque aquello que tiene un comienzo posee también, irremediablemente, un final.
¿Quieres ser como el Cielo?
Te diré algo:
¡Ya lo Eres!
No existe diferencia entre ese Vuelo y el tuyo propio, como no hay diferencia entre el Si Mismo que escribe estas palabras y el Si Mismo en ti que las lee a tu través.
Se Cielo, pues no puedes no serlo. Y se la gloria que en El y en Ti desde siempre se ha ubicado.
Indiferente a las nubes que pretenden ensombrecer tu cielo propio, abandona la búsqueda y permanece en perfecta quietud, adoptando está perfecta, sencilla y veraz comprensión
El Cielo buscaba al Cielo.
El Cielo comprende que es el Cielo.
El Cielo eres TU.
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