SALIR DEL CINE


 

Todo ocurre como ocurre, sin más, y las proyecciones cobran aparente realidad a fuerza de pura repetición, pero no son más que la misma película proyectándose sin fin, idéntica ilusión fotograma a fotograma, que el cuerpo y su reina, la inexistente mente, que es sólo un constante fluir de pensamiento tras pensamiento, gustan de ver una y otra vez.

Creerse la película es creer ser protagonista de la misma, sufrir los acontecimientos que se desarrollan en un juego de luces y sombras, como marionetas que cuelgan del hilo que les manejan, es olvidar que se trata de una proyección fantasmagórica sin un  ápice de consistencia ni realidad.

Pero toda sala cinematográfica tiene su entrada y, por tanto, su salida. La entrada es el ticket que compraste al ser consciente de ti, al sentirte diferente al otro, mejor o peor, superior o inferior, diferenciación que perpetua tu estancia en la sala a oscuras, olvidando que una vez entraste y que cuando quieras podrás salir.

El Espíritu siempre está dispuesto bajo el ropaje carnal que por su opacidad pretende ocultarlo y enterrarlo en el olvido. Nada ni nadie puede hacer algo a favor o contra El. 

Se trata entonces de darse cuenta, de comprender que tras el velo de ilusión que supone creer la realidad proyectada, hay una pantalla y un vacío, un espacio donde todo ello "sucede", acontece al mismo tiempo, sin posible separación.

Embelesados por el argumento, lo que era un simple y ficticio guión, perfectamente modificable al antojo particular de cada espectador, se ha convertido en la realidad vivida, invirtiendo de los papeles y, así, la sala pasó a ser el mundo real y éste se olvidó como si de un sutil sueño se tratase.

Cerrar los ojos durante la película permite desconectar de la misma, un segundo o quizás dos. Abrirlos de nuevo supone regresar a la proyección pero ésta ya no será igual.

Cada vez que cierres y apartes la visión de ese guión proyectado, el mismo irá perdiendo más y más fuerza, más y más realidad para que finalmente llegue el momento en que veas cómo las luces de la sala se encienden y contemples todo el espectáculo como lo que es: un divertimento sin más, un juego ilusorio, limitado, falso como espejismo en el desierto.

La solución al cansancio que te posee, al sufrimiento constante de haber olvidado película, sala y salida, es encender la luz que el Espíritu que anida en ti, que ES TU, ilumine la oscuridad y encienda los focos de tu Ser.

Para ello, sólo necesitas apartar la luz exterior, siempre potente e intensa, y permitir que emerja poco a poco la llamita que encendida aguarda que le dediques tu atención.

Hay muchas películas y una sola pantalla.

Acomódate en TI y disfruta la proyección.

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