El secreto está a la vista todo el tiempo pero no a los ojos del cuerpo siempre cambiante, jamás eternamente presente, aunque gracias a él podemos ir un poco más allá y contemplar la Realidad sin tapujo alguno. Por eso no debe despreciarse el cuerpo, como hasta el mismo Buda reconoció en su etapa de Sadhu errante.
Entre el desprecio y abandono total de este cuerpo y su adoración consistente en cumplimentar todos y cada uno de sus caprichos, hay una senda justa, un Camino de en medio por donde transitar.
Lo mismo ocurre con la mente: entender todo esto depende asimismo del flujo mental, de la procesión imparable de pensamientos que, como orugas procesionarias, desfilan incesantemente. Y, como ocurre con el cuerpo, también aquí acontece lo mismo: necesitamos de esta misma mente para poder realizar la verdad que precisamente se encuentra mas allá de ella.
Así, cuidar el cuerpo y vigilar la mente son las únicas tareas a llevar a cabo con respecto a ellos, sabiendo todo el tiempo que tu moras mas allá, que nada de lo cambiante puede afectar a lo que permanece siempre igual, sin mancha ni cambio alguno, como las nubes jamás afectan al cielo.
Las complicaciones ante esta simple y llana Verdad surgirán sólo si te sumerges en la corriente de pensamientos que al respecto surgirán, pero que si los observas aceptándolos in resistir, cederán en su intento y acabarán por irse quebrando pues nada pueden hacer contra aquello que no pueden entender.
Abraza esta Libertad y lo demás te será dado por añadidura.
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