La vida es pura oscilación entre dos polos que, de forma constante, se alternan a cada momento. Cierto es que aparentemente parecen muchos más pero en realidad son sólo diferentes aspectos y grados de cada extremo, de cada punto álgido en la oscilación radical que, como si de un péndulo de reloj gigante se tratase, nos mueve eternamente de un lado a otro, con la aparente pausa que se produce en el medio de ese vaiven, descanso necesario para que el huésped parásito que alojamos en nosotros, no agote todas nuestras fuerzas porque ya se sabe que sin huésped no podría sobrevivir.
Pasamos de la alegría a la tristeza en instantes según se nos presentan las circunstancias vitales, o del éxito al fracaso, de la felicidad, poca y escasa, a la desgracia permanente, todo ello interpretaciones creadas y formuladas por el flujo de pensamientos que, como un eterno reloj pendular, nos empuja de un extremo a otro del lugar de sufrimiento en que ha intentado, intenta e intentará convertir esta vida.
Imagina que entras en un túnel a bordo de un tren en el que llevas viajando tanto tiempo que ya no eres capaz de diferenciar entre el objeto tren y tu. Añade ahora que de repente ese tren comienza a moverse de lado a lado chocando contra las paredes del túnel, alternando derecha e izquierda, pero siempre golpeándose sin remedio contra ellas. A veces te parece observar que delante atisbas una pequeña luz que indica una posible salida de ese agujero sin fin, pero el siguiente vaivén te hace olvidarlo de inmediato.
Así vivimos sumergidos en las emociones alternativas que experimentamos con cada experiencia que aparentemente nos toca sufrir. La oscuridad aumenta cada vez que nos dejamos atrapar por ellas obviando que si las vemos, si somos capaces de darnos cuenta aunque sea por una milésima de segundo, es que, evidentemente, no somos ellas, sino que, por así decirlo, nos ocurren a nosotros, como el papel no es el trazo que el lápiz dibuja sobre el, ni la pantalla es las imágenes que sobre su superficie se proyectan.
Puedes oscilar así toda la vida si quieres, pero también existe la opción de contemplar tren, túnel y movimiento para, desde ahí, ser conscientes de esa luz que sin duda alguna espera en lo que consideras la salida de las tinieblas en que te acostumbraste a vivir.
La solución al problema más complejo siempre es la más sencilla. Olvida construir artificios complicados, técnicas difíciles y rebuscadas obras de ingeniería emocional para despertar de ese sueño, pues todo es mucho más fácil de lo que ese viaje te hizo y hace aún hoy día creer.
No eres el tren, ni el túnel, ni siquiera la oscilación permanente entre extremos arriesgados que sólo te empujan sin piedad. Plantéatelo así: ¿Necesitas bajarte de aquello a lo que realmente jamás subiste?.
La Vida, tu vida, está repleta de vaivenes, de movimientos pendulares que necesita para poder ser. Tu cuerpo y tu mente responden a esos empujones pues, formados de los mismos elementos constituyentes, deben irremediablemente responder a ellos. Pero tú ya has atisbado que no eres eso, por mucho que el largo viaje te lo haya hecho creer, que hay un algo más que buscas sin cesar a lo largo del enorme túnel sin fin en que parece haberse convertido tu vida.
Saltar del tren es arriesgado por no decir imposible. Pero darse cuenta que se viaja, que los paisajes se representan por y para nosotros, y que no somos el objeto en el que nos desplazamos, es suficiente para que, de forma segura y verdadera, salgamos a la Luz plena de vida y puro aire donde realmente vivimos y Somos.
Puedes seguir viajando, pero elige bien tú viajar.
Donde acaba el viaje, comienza realmente tu Vivir.
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