HUMILDAD


Nos enseñan desde pequeños que la humildad consiste en aceptar lo que las personas mayores o con autoridad dicen, sean padres, familiares de otro tipo, parejas, jefes, amigos, etc, es decir agachar la cabeza humildemente…


Siempre nos dicen que ser humilde es eso y es justo lo contrario.

La verdadera humildad es aceptar la voluntad de Arriba, seguirla, reconocer que Eso ES, sin más, sin necesitar personaje alguno, levantar la cabeza de una vez y mirar de frente lo que hay, reconocerlo plenamente, sensatamente, y, sobre todo, lo que no hay ni hubo jamás.

Humildad es retroceder ante la furia del cuerpo que quiere satisfacer sus deseos constantemente, es ignorar la persistencia de la mente que con su inacabable flujo de pensamientos pretende ser Tu, es darse cuenta que observamos la obra desde la butaca y recordar que en cierto momento nos subimos al escenario a participar en la representación olvidando que éramos los espectadores de la misma.

Es, en definitiva, dejar el mundo al revés donde vives pagando la entrada a un alto precio por actuar en esa obra del mundo, repleta de ilusión, carente de realidad, mientras la butaca te sale completamente gratis...

Hay que ser muy valiente para abrazar está Humildad, sin falsos moralismos que sólo encubren más yo soy mejor, y decidirse a mirar a través del espejo donde nada hay y Todo Es.

De niños éramos humildes de forma natural, sin artificios ni esfuerzos, porque no teníamos carga personal alguna: desnudos de ideas, conceptos y prejuicios, simplemente dejábamos que la vida nos viviese.

Volver a ese instante aunque sea momentos a momentos, es recuperar el recuerdo aún vivo de Ser.

Yo soy mejor...
Yo soy...
Yo...
.......

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