Las olas suben y bajan, seducen la arena de la playa con su
toque suave y húmedo. Y lo hacen encrespadas a veces, de manera suave y
armoniosa otras, como en una danza divina, y, tanto en una como en otra ocasión, siguen
siendo olas que regresan al mar de donde aparentemente emanaron sin rencor,
tristeza o alegría algunas. Y bajo ese aparente movimiento, todo el océano sigue viviendo en perfecta calma, en perpetua armonia, sin verse afectado por el tamaño, la intensidad, la fuerza o altura de sus olas.
De forma natural ocurre lo mismo cuando cierta comprensión
aparece: la Vida sigue siendo igual con sus encrespamientos y sus dulzuras,
nada cambia, salvo que ya se ha visto el sueño, ya se sabe que somos la ola que
en realidad había olvidado la grandeza de ser mar.
Comprender que la Vida se abre y expande a través de las
olas que somos, que se muestra y da, que se vive a si misma en un conjunto homogéneo
y único que ninguna mente hubiera podido pensar, es abrazar el fin del sufrimiento.
Entender que las alteraciones ocurren en el sueño, a quien
lo sueña, como olas fuertes o sencillas, pero que jamás afectan al mar, es recorrer la senda segura y recta.
Saber que seguirá apareciendo el lloro, la risa, el canto,
el dolor, el sufrir, pero que nadie habrá a quien pueda afectarle, que se
identifique con ello, que lo experimente. Se verá ser, ocurrir, acontecer,
habrá ola encrespada y terrible o quizás suave marea acariciando la vida, pero
el mar seguirá el mismo, perfectamente igual.
¿Quien quiere mar bravio pudiendo reposar en el Océano calmo del verdadero Hogar?
¿Quien quiere mar bravio pudiendo reposar en el Océano calmo del verdadero Hogar?
Parnaso de Hierasis
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